¿Por qué yo? No lo entiendo. ¿A qué viene esto? ¿Que no me gustan las celebraciones? Es verdad. ¿Que soy arisco? También. Pero ¿Qué queréis?. Cada vez que he amado a alguien, me han dado calabazas ¿Qué he de hacer? ¿Darme una y otra vez contra el muro de lo imposible? Estas y otras preguntas se acumulan en mi mente atormentada. Pero entre tantas lamentaciones, poco a poco se van abriendo otros pensamientos. Algunos de ellos intento dejarlos a un lado pero no puedo. Algo me dice que quizá no lo he intentado suficiente, que quizá he preferido acomodarme en la seguridad que proporciona vivir escondido. Pero eso no es justo. Yo…
Sigo en el sofá. Arrebujado. Tapado con una manta hasta la barbilla. Temiendo que ocurra algo más pero esperanzado porque ya llevo unos minutos despierto y todavía nadie ha aparecido. A pesar de todo, está ocurriendo algo extraño, bajo la rendija de la puerta de mi salón se ve una luz. Sé que al otro lado ocurre algo pero no me atrevo a investigar qué es. Suena como si alguien moviera unos muebles. Estoy aterrorizado pero no tengo más remedio que comprobar qué ocurre. Salgo al pasillo y en efecto la luz que aparece es sobrenatural. Recortada en la luz hay una figura. Es el espíritu del futuro. “Pensaba que ya no saldrías” me dice. Yo no contesto. Miro hacia una de las habitaciones. Veo que los muebles no están en su sitio, que todo está revuelto. Pregunto qué ha ocurrido. Solo me contesta que acaban de irse. “¿Quién se ha ido?” Pregunto. “Ellos” es su respuesta. Antes de que pueda decir nada, el espíritu me lleva fuera. Estamos en la calle, junto al portal de mi casa. Mi vecino (del que llevo años secretamente enamorado) está hablando con una vecina. Los dos se preguntan qué habrá pasado. La vecina contesta que al parecer llevaba una semana muerto y nadie se había dado cuenta. El vecino pregunta si no tenía familia. La vecina contesta que no lo sabe. Era un hombre muy raro. El teléfono del vecino suena. Él contesta que enseguida va.
Yo me pregunto quién habrá muerto en mi portal. Qué cosas. Además llevaba una semana sin que nadie preguntara por él. Qué pena… Sin darme cuenta estoy yendo a un lugar distinto. Estoy siguiendo a mi vecino que está entrando en un bar. El Espíritu y yo también entramos aunque él no se percata de nuestra presencia. Ha quedado con un amigo. Se sientan a una de las mesas y se dan un beso en los labios. “¡Lo sabía!” exclamo. “¡Es gay!”. Mi vecino habla con su novio. Por lo que escucho, no hace mucho que se conocen. Mi vecino cuenta la historia de la persona que ha muerto en el portal. Según cuenta ahora, siente decirlo pero no le va a echar de menos. Era un tipo muy raro, un engreído, un antipático. Y pensar que cuando le conoció, le gustaba. Incluso pensó en insinuarse, pero cada vez que se acercó a hablarle, le contestaba de una forma muy desagradable...
“¡Un momento! ¿De quién está hablando? ¿Quién se ha muerto?” pregunto “¿Aún no lo sabes?” Me contesta el espíritu. Antes de que pueda decir nada, me encuentro en un tanatorio. Dos empleados hablan entre si.
- “¿Ha venido alguien a reclamar el cuerpo?” pregunta uno.
- “No”, contesta el otro. “Han pasado 48 horas. Vamos a incinerarlo”.
- “¿Y qué ocurre en estos casos?” Pregunta el primero “¿Se guardan las cenizas?”.
- “No, se dejan en un depósito por cinco años y después nos deshacemos de ellas”.
- “¿Nos deshacemos?”.
- “Sí. Las tiramos a la basura”.
Uno de los operarios abre el ataúd y en ese momento me veo a mi mismo. Muerto, difunto, cadáver, interfecto... Parezco más mayor, tengo menos pelo y el poco que queda es blanco.
¡¡Noooooooo!! Un grito desgarrador sale de mis entrañas. No quiero acabar así. El espíritu me observa con displicencia y me dice que en ese caso ya sé lo que tengo que hacer.
El sudor recorre mi cara. Me despierto boqueando y tosiendo. Agarrándome al aire como si lo pudiera tocar. Estoy vivo. Tengo otra oportunidad. Casi sin poder evitarlo comienzo a reír, una larga y sonora carcajada que poco a poco se deforma y se convierte en llanto por mi vida.
Comienza un nuevo día. Cuando llego a la oficina, todos mis empleados bajan la cabeza, como siempre. Les asusta mi presencia. Pregunto por el becario. Aún no ha llegado. Miro el reloj. Uno de sus compañeros intenta disculparlo pero le pido que no lo haga, no hace falta.
Estoy en mi despacho, alguien llama de forma nerviosa. Es él. Quiere disculparse por su tardanza. Yo apunto que llegar tarde es imperdonable y que por esa razón… (alargo un poco el instante mientras el becario traga saliva). Por esa razón, continúo, mereces que te haga un contrato en condiciones de una vez. El becario (que ya ha dejado de serlo) no sabe cómo reaccionar y me da un abrazo. Lo recibo con alegría, sé que es sincero.
Este solo es un primer paso, sé que tengo que hacer algo más. No sé cómo, pienso en un perfil en Gaydar. Se me ocurre hacer algo distinto a lo que hasta ahora había tenido. Organizo una especie de olimpiada del amor para encontrar pareja y abro un blog para contar las aventuras que me ocurran. Este es el principio del cambio.
Es Nochevieja otra vez. Este año es distinto a otros. Pablo (al que llamé después de muchos años), me ha invitado a pasar el fin de año con él y su familia (Tiene mujer y tres hijos estupendos). Estoy contento. Cuando me voy a casa, paso por el bar en el que siempre están mis empleados. Allí veo al antiguo becario. Lleva un gorrito de Papá Noel y está para comérselo. Él sabe que me gusta y juega un poco conmigo. Es algo inocente. Yo nunca haría nada con él. De todas formas, me invita a una copa de Cava que acepto con gusto. Otros empleados también están por ahí y brindo con ellos igualmente.
Llego a casa. Todavía faltan unas horas para que vaya a casa de Pablo. Abro el ordenador. Reviso los mensajes. Lo cierto es que ni el perfil de Gaydar ni el blog han dado el resultado que deseaba. Sé que me confundo en algo, que esto no es lo que debería estar haciendo, que todavía me escondo aunque ahora lo haga detrás de una pantalla. Recuerdo a mi vecino. Recuerdo algo que dijo (o que va a decir). Recuerdo diciendo a su futuro novio que yo le gustaba cuando me conoció.
No lo he pensado. Si lo hago, me doy la vuelta. Mi dedo toca el timbre. Suena. Ya no hay vuelta atrás. Unos pasos se escuchan tras la puerta. Es un eco que suena acompasado con mi corazón. Tras unos segundos que duran horas, él abre . Mi vecino, al verme, me ofrece una sonrisa. “Hola” me dice. “Hola” contesto yo. “Quiero hablar contigo ¿Puedo pasar?”
FIN
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