miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cuento de Nochevieja (II)

Todo está a oscuras. Solo escucho el jadeo de mi respiración entrecortada. Palpo a mi alrededor pero no consigo distinguir el contorno de nada que me resulte conocido. ¿Dónde estoy? ¿Qué me ocurre? Cada vez estoy más nervioso. Mi corazón late con fuerza. Si siento el corazón es que no estoy muerto. ¿O sí? De repente, noto que algo o alguien me roza. Comienzo a escuchar jadeos algo lejanos. Me acerco hacia donde escucho ese sonido esperando encontrar una salida. Parecen personas pero si lo razono, veo que es imposible. Lo último que recuerdo es haberme quedado dormido en el sofá. Cuando por fin llego hasta ello, noto que hay más personas, que además de jadeo, se escucha el roce de ropas, el sonido de algo así personas que se besan, que succionan. Como si de una marabunta se tratase, una mar de brazos y manos me inunda. Estoy en mitad de una tormenta de besos y caricias. Todo mi cuerpo es palpado. De repente, una luz intermitente aparece. A cada flash, la marea se retira, se repliega, se esconde. Alguien observa con un mechero en la mano, intentado buscar certeza donde solo hay sombras, hermetismo, secretos. Me pregunto quién es capaz de esto, quien quiere desnudar los disfraces que allí se esconden. Se que es alguien que quiere descubrir las caras de aquellos que pecan como él, saber quiénes son, quienes le han negado un rato de lujuria con una suave negativa. Quiere ver sus rostros para después poder hacer escarnio público de sus debilidades. Como puede haber gente así.

Me doy la vuelta y veo a mi espíritu. Ya no es el de antes. Es otro, quizá más guapo, más inalcanzable o más implacable. Me pregunta cómo estoy. Yo murmuro que asustado. Quiere saber si conozco a esa persona que vigilaba el cuarto oscuro. Contesto que no tengo ni idea. Mi espíritu me pide que observe. Yo lo hago y al instante, me veo a mi. Soy yo quien porta el mechero. Se que ya no encuentro goce en el otro, que mi placer solo se sacia cuando veo miedo o dolor en los que están junto a mi. Ese ya no soy yo, intento decir a mi espíritu. Él no me mira. Tan solo mueve sus brazos en rápido movimiento y la oscuridad cae como un telón.

La claridad me ciega. Debo estar en algún lugar al aire libre. Cuando me acostumbro a la luz, veo que es de noche aunque una farola me apunta directamente. El espíritu comienza a andar. Miro alrededor y no reconozco el lugar en absoluto. Está vacío, tengo miedo. Le pido al espíritu que se detenga, que no me deje solo. Corro como puedo hasta que llego a su alcance. Ya no soy tan ágil como antaño y la carrera me deja sin respiración. Le pregunto al espíritu qué hacemos aquí. Me contestan unas voces que escucho reír. Me acerco a mirar y veo a mi becario. Está dentro de un coche con otro chico pero yo puedo escucharles. Están abrazados, sonrientes, felices, ajenos al dolor del mundo. Mi becario le dice a su novio que le da pena. El novio contesta que a él ninguna. Mi becario dice que su jefe no vivió una época fácil. En aquel entonces ser gay no estaba bien visto, resultaba muy complicado. “¿Y tú cómo sabes que es gay? ¿Acaso te lo ha dicho alguna vez?”. No, contesta él, pero le he pillado mirándome en más de una ocasión. También he visto qué páginas lee en Internet. Si hasta tienen un perfil en Gaydar… El novio no lo puede creer. Se muere de la risa. Pues a mi me da pena. Repite el becario. A mi me la dará cuando te suba el sueldo y se porte contigo como debe. Mientras tanto, me da igual que sea gay o que se folle una ballena.

No sé si es la carrera o es la edad, pero el aire me sigue faltando… ¿Cómo sabe que soy gay? ¿Por qué habla de mi? El terror me apodera. Si él lo sabe, lo puede saber mucha más gente.

Antes de que pueda seguir con mi pensamiento, vuelvo a estar en mi sofá. El jadeo continúa pero un agotamiento sin fin hace mella en mi…


Continuará...

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